miércoles, 18 de noviembre de 2009

Hay mucho que saber, y es poco el vivir...

...y no se vive si no se sabe, que escribió Gracián en su Oráculo Manual y Arte de Prudencia. Por eso nuestra Asociación también nos proponemos acercar a los que saben a los que no los conocen, de ahí intentaremos siempre que podamos anunciar charlas, debates, conferencias o ciclos del tipo que sea, y que consideremos que están directamente relacionados con las relaciones hispanoárabes, la cultura mediterránea y, en general, el buen entendimiento entre sus pueblos.

Mañana, día 19 de noviembre a las 18:00, tendrá lugar en la facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid una charla-debate titulada La mujer en el Islam. Organizada por la asociación de estudiantes de la facultad Luna Nueva, contará con las ponencias de Mani Atfe (Siria) y Shirin (Irán).

Y a partir de la semana que viene se inauguran en la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País el XL Curso de Historia coordinado por el Dr. Alfredo Alvar Ezquerra (CSIC), con diversas charlas que versarán sobre la coyuntura histórica de 1609. De entre todas las que se desarrollarán, es destacable la que tendrá lugar el día 1 de diciembre en la sede de la Real Sociedad (Plaza de la Villa 2, Madrid) a las 19:00, impartida por Mercedes García Arenal (CSIC) sobre La vida de un morisco entre España y Magreb, y que igualmente es de asistencia libre y gratuita.

Esperamos coincidir con algunos de vosotros por allí.

jueves, 5 de noviembre de 2009

La expulsión de los Moriscos (II)

La creación de estereotipos legitimados por los intelectuales. Política y literatura en la creación de la imagen del morisco a expulsar.

Tomando como punto de referencia su repercusión en la historiografía posterior y la información que aportan, De Bunes Ibarra en Los moriscos en el pensamiento histórico, clasifica las obras del siglo XVII en dos bloques: obras generales, las que buscan los orígenes de la minoría y de la religión que practican, y monográficas que analizan aspectos parciales de la expulsión o son alabanzas la decisión de la Corona. Unas y otras serán, aun así, verdaderas campañas de justificación y propaganda de las medidas reales escritas por autores de diversos géneros que dan un punto de visto cristiano sobre los moriscos, generalmente apologéticos de la conversión o la expulsión todos ellos. Juan Andrés, Pedro de Alcalá -franciscano de finales del XV y comienzos XVI que intervino en la evangelización de los mudéjares andaluces de 1499-, Jaime Bleda, Aznar Cardona, Pedro de Valencia, Blas Verdú, Damian Fonseca o Gaspar Juan Escolano, serán entre muchos otros quienes escriban acerca del tema, pronunciándose fervientes católicos a la vez que se prestaban a un mayor o menor entendimiento de la realidad morisca. Numerosos tratados y memoriales fueron redactados por estos hombres, aunque quizá haya que determinar cuatro casos específicos que destacaron por su justificación de la medida, otorgando total licitud a la expulsión:

· Jaime Bleda, párroco de moriscos y perseguidor de estos desde su oficio de calificador de la Inquisición valenciana, a la vez que extremista que sirvió a los intereses de Lerma y Ribera, aunque finalmente acabó enfrentado al último. Publicó la Corónica de los Moros, dedicado a Lerma, en la que los acusaba de holgazanes, vagos, de alimentarse mal y obtener poca energía para el trabajo.
· Fray Marcos de Guadalajara, que en su Memorable expulsión de los moriscos de España alabará al rey católico por su decidida puesta en acción de la medida.
· Fray Damián Fonseca, dominico y autor de la Justa expulsión de los moriscos de España, traducida a otros idiomas. Compañero de Bleda, fue acusado por él de ignorante y de plagiar su obra.
· Aznar Cardona, una de las voces más insistentes en la expulsión, que en su Expulsión justificada de los moriscos españoles y suma de las excelencias cristianas de nuestro rey Don Felipe III, una compilación de las descripciones más gráficas y brutales que se podían encontrar en un escrito antimorisco (y que aun así no se deja llevar por la fantasía y la exageración imperante en otras plumas) recomendará fervientemente su expulsión. Atacará fundamentalmente sus maneras de mostrarse en sociedad y de su completa lectura se puede extraer la aversión y el rechazo de un modo de vida distinto al de la sociedad de cristianos viejos, la cual no solo no los admite, sino que los siente como una amenaza.

En general, podemos sacar como conclusiones de todos estos escritos, que la opinión de aquellos autores es casi tan fundada en realidades como aquella que encontrábamos en los pliegos de cordel y coplas populares. En estos tratados volveremos a encontrarnos con ese morisco deformado, vil, descuidado, enemigo de las letras y ciencias ilustres -las únicas compañeras de la virtud- y por consiguiente ajenos de todo trato urbano, cortés y político. Se insistirá por enésima vez en su vil comida "como son fresas de diversas harinas de legumbres, lentejas, [...] juntaban pasas, higos, miel, arrope, leche y frutas" y su poca afición a los oficios de mucho trabajo pues "pocos y bien pocos dellos tenían oficios que tratasen en el metal o el yerro, o en piedras ni maderas" como escribirán algunos de ellos. Del mismo modo, Aznar se refiere a algunos de los más comunes argumentos acerca de la peligrosidad morisca, como la fecundidad tan sorprendente, algo peligroso para los cristianos viejos, diezmados por el celibato religioso y las empresas del Imperio. Y como no, las tan temidas conjuras, siempre relatadas a partir de un suceso o conocimiento de terceras personas, y nunca demostrable como el caso de la anciana pobre y viuda que la sorprendieron alabando la labor de los procuradores que recogían dinero "para lo contratado contra los cristianelos". Existía, por tanto y según extraemos de estos textos, y en parte debido al menosprecio sufrido, una fuerte unidad de grupo y una activa solidaridad entre todos ellos. Fray Alonso Fernández decía de ellos que "no daban lugar a que mendigasen. Todos tenían oficio y se ocupaban en algo", siendo esta para ellos la mejor forma de mantener inalterados (en la medida de lo posible) sus señas de identidad, algo que a ojos cristianos resultaba una vez más intolerable.

Durante el reinado de Felipe IV se empieza a considerar la expulsión una medida injusta, innecesaria e incluso se plantea como un problema de conciencia a nivel nacional. En un primer momento los arbitristas siguen la misma línea de los cronistas y literatos de crítica a los moriscos y de apoyo a la expulsión, pero avanzando los años serán los primeros en criticar la medida, y preocupados por la situación de los Reinos, se plantearon los inconvenientes de las medidas de 1609. Autores como Pedro Fernández Navarrete en Conservación de Monarquías (1626) o Sancho de Moncada en Restauración Política de España (1621), editaron obras en las que trataron sobre los efectos demográficos y económicos provocados por el destierro. Saavedra Fajardo escribe en sus Empresas políticas, que el Príncipe debe "transformar poco a poco las provincias adquiridas en las costumbres, trajes, estilos y lengua de la nación dominante [...]. Esta política se despreció en España en su restauración... con que, unidos conservaron juntamente con el odio sus estilos, su lenguaje y su perfidia, y fue menester expelellos de todo punto, y privarse de tantos vasallos provechosos a la cultura de los campos, no sin admiración de la Razón de Estado de otros Príncipes, viendo antepuesto el esplendor de la nobleza a la convivencia, y de la religión a la prudencia humana"

En las obras literarias, dejando ya de lado las crónicas, apreciamos una evolución en la mentalidad de los escritores entre los siglos XVI y XVII hacia unas posiciones de intransigencia o directamente de crítica directa hacia los moriscos. A finales del XVI surgirá una visión más renovada del morisco, forjada ya más por los partidarios de la expulsión que los de la asimilación, cuyo fin es demostrar la necesidad de la extirpación de este mal debido a la pertinencia y obstinación natural de esta comunidad, que se niega a oír y admitir el evangelio de Cristo. En 1609 se expulsa, por tanto, al estereotipo de morisco temible, prefabricado durante todo el XVI, siendo en sustancia todos uno: todos uno en el odio, todos uno en la opinión y todos uno en la expulsión. Los ejemplos de mayor radicalismo serían Quevedo y Lope de Vega, y excepcional sería el caso de Calderón, que muestra en sus textos una cierta simpatía por el morisco. Respecto a Cervantes, hay en sus obras una evolución desde una posición de odio al morisco en obras como Los baños de Argel a la piedad por el personaje de Ricote de El Quijote, aunque la compasión lógica por el expulsado morisco Ricote no le aparta de una clarísima defensa de las medias de expulsión y su obra no se desmarca de la apología. Al fin y al cabo y a rasgos generales, una literatura algo apologética, pues la censura no habría permitido ninguna crítica contra la medida de expulsarlos o contra quienes tomaron la decisión, entre 1609 y 1614.

Cervantes, que tan comprensiva e idealizadamente trata a los turcos, moros y moriscos en general en obras como El Gallardo Español, La Gran Sultana o El Quijote, bien conocía el grave peligro que para España y para la cristiandad significaba el poderío musulmán y los inasimilables moriscos. También, en su Coloquio de los Perros, pone en boca de Berganza que dice a Cipión "entre ellos no hay castidad ni entran en religión... todos se casan, todos multiplican. No los consume la guerra, ni ejercicio que demasiado los trabaje...". Lope fue quien vio con mayor comprensión la tragedia que el decreto de expulsión supuso para la burguesía de origen moro. En La Desdicha por la honra muestra la situación límite a que el destierro pudo llevar a personas perfectamente integradas en la sociedad, y donde además ironizará sobre el culto exagerado al honor, pero el planteamiento del deshonor que cae sobre quien por otro lado se precia de la noble y casi mítica descendencia Abencerraje se lleva a sus últimas consecuencias.

En cambio Calderón no pudo conocer debido a su edad, y a diferencia de Cervantes y Lope, falsos y traidores moriscos como los que encontramos en El Persiles o en La Mayor desgracia de Carlos V y hechicerías de Argel, obras de una abigarrada y pintoresca humanidad que Cervantes presenta en comedias sobre el cautiverio como Los Baños de Argel, La Gran Sultana o El Gallardo español, y de la que carecerán las obras de Calderón. Bien distintas eran las circunstancias en las que escribía Calderón, lector y gran admirador de Cervantes a la vez que consciente de que el peligro para la unidad de la fe y de la Monarquía Hispánica ya no provenía de la secta de Mahoma, pero no por ello dejó de ocuparse del morisco, brindándole una obra completa en la que adereza su desgracia y tragedia, con una historia de amor al más puro estilo del Siglo de Oro: El Tuzaní de la Alpujarra (publicada como Amar después de la muerte).

Probablemente publicada en 1633, pues no está muy claro debido a su posterior publicación, la obra escenifica de manera pseudohistórica la sublevación de las Alpujarras de 1568 y la consiguiente guerra en la que se encuadra la historia de amor de los dos personajes, presentados extrañamente de manera individualizada, separados del grupo y de esa masa deformada y mal interpretada que reinaba en el imaginario colectivo de los cristianos viejos. Cada una de las jornadas representa un día distinto: el motivo de la sublevación muy ficcionalizado por Calderón, la rebelión de los moriscos y su vida palaciega mientras avanzan las tropas de Felipe II y finalmente la rendición morisca. Calderón probablemente se apoyó para escribir Amar después de la muerte en la obra de Hurtado de Mendoza, Mármol de Carvajal y Pérez de Hita, y seguramente más concretamente en estas últimas, las menos históricas, especialmente la de Pérez de Hita. Además su obra aparece en un contexto sociopolítico peculiar en el que Calderón vive las sucesivas re-expulsiones de moriscos desde 1609 y los juicios inquisitoriales, la codicia desatada por los bienes ajenos tras la expulsión y la definitiva vigencia de una limpieza de sangre que excluía frontalmente a los moriscos. La obra tendrá como base, en definitiva, un drama de amor a partir del cual Calderón manifiesta su oposición a la política oficial, a las tendencias y usos sociales de su época y a una concepción racista de la sociedad de su tiempo, retomando por tanto la voz del morisco vencido en aquella revuelta de 70 años atrás. Una comedia cuyo valor para este trabajo es mostrarnos con su crítica política la posible existencia de una facción más liberal y comprensiva en la corte, que podía llegar a defender los derechos de los moriscos. Aunque la propuesta de Calderón es que, por el interés de la seguridad nacional y por beneficios a alcanzar más allá de este mundo, la subordinación sincera al rey y a la Iglesia son los únicos modos posibles de conseguir paz, amor, armonía y estabilidad en la España católica, no por ello deja de criticar en menor medida a los reyes Felipe II y Felipe III por su escasa flexibilidad, así como a la gente que tomó parte en la guerra debido a su aprovechamiento impune de los bienes moriscos. Sin embargo hay que tener siempre presente que el ataque no representa una crítica a la institución de la Iglesia, a los cristianos viejos o a la fe católica, sino a la mera discriminación social y genealógica del XVI.

Por tanto, Calderón ofrece también su punto de vista acerca del mal adoctrinamiento y evangelización sobre los moriscos, pues si estos no se han convertido de manera sincera es culpa de los responsables del bautismo, la educación y la conversión, al ser incapaces de encontrar el anclaje moral en que se basan las doctrinas cristianas. Reconoce, por tanto, que fue un error, aunque no acusa directamente a nadie, a la vez que afirma los derechos de los moriscos como seres humanos pero les niega la libertad religiosa, ataca el racismo pero también apoya el partidismo religioso, y denuncia la persecución religiosa admirando simultáneamente su impulso motivador y su meta ideológica. En definitiva, Calderón pretende presentar un morisco algo más afin a un cristiano con el fin de construir un discurso convincente sobre la injusticia de las generalizaciones a la vez que sugiere la necesidad de mirar al "otro" con más atención, no solo por ser humano, sino sobretodo para poder encontrar un terreno en que basar un fundamento sólido para el adoctrinamiento en la fe católica